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El suicidio del Cristo o 'El Biathanatos' de Borges: La accidentada formulación de un argumento imposible.

 

EL SUICIDIO DEL CRISTO O 'EL BIATHANATOS' DE BORGES:

LA ACCIDENTADA FORMULACIÓN DE UN ARGUMENTO IMPOSIBLE.

 

 

En su ensayo sobre Quevedo[1], Borges afirma que la obra de este escritor ha desmerecido no por falta de carácter o por alguna imperfección, sino precisamente porque está pensada para leerse por literatos. Un literato que escribe para otro literato: tal es Quevedo.

Las tres páginas de ese breve ensayo titulado El “Biathanatos”[2] adolecen de la misma circunstancia y exigencia denunciadas respecto a la obra de Quevedo; el literato Borges escribe su ensayo con la intención de ser leído por otro literato más que por el lector promedio –si es que tal existe-: este ensayo exige la confirmación y quizá la confrontación del argumento, es decir, el ensayista busca y reclama una disputa inter pares.

Abundantemente se ha manifestado en diversos estudios y ensayos la inclinación de Borges a las cuestiones de índole teológica.[3] Una prueba de ello es que El “Biathanatos” de Borges está basado en un libro que realmente existe, permitiéndose anotar una cita puntual -De Quincey (Writings, VIII, 336)- donde se resume una obra escrita por otro literato que tampoco es espuria.

Donne called his Essay by the Greek name Biathanatos,(1) meaning violent death. But a thing equally strange, and a blasphemy almost unaccountable, is the fancy of a Prussian or Saxon baron, who wrote a book to prove that Christ committed suicide: for which he had no other argument than this, -that, in fact, Christ had surrendered himself unresistingly into the hands of his enemies, and had in a manner wilfully provoked his own death. This, however, describes the case of every martyr that ever was or can be. It is the very merit and grandeur of the martyr that he proclaims the truth with his eyes open to the consequences of proclaiming it. Those consequences are connected with the truth, but not by a natural link : the connexion is by means of false views, which it is the very business of the martyr to destroy. And, if a man founds my death upon an act which my conscience enjoins, even though I am aware and fully warned that he will found my death upon it, I am not, therefore, guilty of suicide.

(1) This word, however, which occurs nowhere, that I remember, except in Lampridius, one of the Augustan historians, is there applied to Heliogabalus, and means, not the act of suicide, but a suicidal person. And possibly Donne, who was a good scholar, may so mean it to be understood in this title-page. Heliogabalus, says Lampridius, had been told by the Syrian priests that he should be biathanatos - i. e. should commit suicide. He provided, therefore, ropes of purple and of gold intertwisted, that he might hang himself imperatorially. He provided golden swords, that he might run himself through as became Cæsar. He had poisons enclosed in jewels, that he might drink his farewell heel-taps, if drink he must, in a princely style. Other modes of august death he had prepared. Unfortunately all were unavailing ; for he was murdered, and dragged through the common sewers by ropes without either purple or gold in their base composition. The poor fellow has been sadly abused in history ; but, after all, he was a mere boy, and as mad as March hare.[4]

Esta cita con su nota al pie es sólo una transcripción parcial del párrafo original que curiosamente, fue matizado por Borges y depurado de la cruda y efectista elaboración literaria ofrecida por De Quincey.[5]

La provocación de Borges -invitación a la polémica y al debate- es formulada al principio de su ensayo. La cita rescatada supra muestra que Donne escribió El Biathanatos, mas el argumento de un Cristo suicida -aunque implícito en la obra – no fue formulado por él, sino por un Barón Prusiano o Sajón.[6]

¿Acaso Borges se avergonzó del hecho de que un argumento tan exquisito que bien pudiese haber sido atribuido al mismo Donne –aunque fuese como un mero borrador, una nota marginal en su vasta obra- no llegó a fraguar como idea impresa en el papel, a pesar de las conclusiones y razonamientos lógicos o peor aún, por algún escrúpulo íntimo y personal?

Esta conjetura no es tan descabellada como parece. El argumento hizo trastabillar al mismo Kant quien al imprimir el primer tiraje de “Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft” en 1793, obvió la nota que aparecería en la segunda edición, con el número 32, en la que se vio [¿moral-, ética-, filosófica-, teológica-, literaria-, escolar- -mente?] forzado a lanzar un mentís sobre la obra -y el argumento- de Bahrdt, considerándola una mera imaginación novelesca.[7]

De Quincey al igual que Donne, 'scholars' en el amplio y también más exacto sentido de la palabra, entrevieron la brutalidad de tal argumento y no se permitieron jugar con la consecuencia lógica de que todo mártir habido y por haber era naturally un suicida.

La idea de que los mártires se lanzaban con gusto a las fauces de leones y demás bestias salvajes tiene sus raíces en la literatura hagiográfica más simple y quizá prescindible: la basada en la apología y no en el kerigma. Basta dar una ojeada a los escritos de los primeros Padres y los escritos canónicos del Nuevo Testamento para advertir que el martirio no era buscado y mucho menos, implorado por el grueso catálogo de mártires[8] -pertenecientes a la clerecía o no-.

Antes de pisar la arena en la cual morirían, los mártires tenían la obligación de haber agotado todas las posibilidades que les permitiesen librarse de la muerte, acudiendo a tribunales públicos y exigiendo revisión de sus juicios y condenas, ocultándose, escapando, incluso echando mano de influencias políticas para evitar la oprobiosa muerte en público.[9]

Cuando todas las posibilidades de sustraerse a la pena capital fallaban, en ese momento entraba en juego la glorificación en una muerte violenta y denigrante. El mártir ante la muerte no podía flaquear: agotados todos los medios, la corona de su vida en la muerte violenta era un dictamen divino, donde el azar no tenía cabida ni por asomo.[10]

Borges pasa por alto la refutación de De Quincey, la observación de que el argumento del suicidio del Cristo fue formulado por un tercero -Bahrdt- y el hecho de que biathanatos posee la doble acepción de 'cometer suicidio' y 'suicida'.[11] Heliogábalo, el tema de esa nota in pede que ocupa casi la mitad de la página 336, ni siquiera es mencionado en su ensayo.[12]

También, al resumir el contenido de esas tres páginas (que) ocupan el catálogo[13] y la inclusión vanidosa de incluir algunos ejemplos oscuros, Borges se permite la interpolación de un par de ejemplos que no aparecen en el listado de Donne: el símbolo del pelícano, y las abejas inmortalizadas en el Hexameron de Ambrosio.[14]

¿Borges, el escolar y con el tomo de Donne a la mano, yerra al resumir el catálogo añadiendo elementos ajenos? ¿O se trata del lapsus de un Borges que cita de memoria y añade elementos a esa lista personal, atribuyéndoles un valor según la importancia que para él mismo ostenta cada elemento?

Sin detenerse, prosigue su análisis de la obra. Se declara incapaz de dilucidar si Donne percibió también, al escribir su libro, los alcances de ese argumento, implícito y casi esotérico. Trata de esclarecer una causa posible para la escritura del Biathanatos la cual, según lo que sugirió Hugh Fausset era llanamente: que Donne pensaba coronar con el suicidio su vindicación del suicidio.

Borges desestima esa posibilidad: que Donne haya jugado con esa idea es posible o probable: que ella baste a explicar el Biathanatos es, naturalmente, ridículo.[15]

A continuación, resume -echando mano de otro listado- la tercera parte del tratado de Donne, dedicada a las muertes voluntarias que las Escrituras refieren y resaltando que entre ellas el mayor número de páginas está dedicado a Sansón. Las citas con que Borges adereza ese par de párrafos en su ensayo están documentadas exactamente y se permite discurrir, basándose en el Libro de los Jueces[16], La Ciudad de Dios[17] de San Agustín, en la Historia de los heterodoxos españoles[18] de Menéndez Pelayo y en el Samson Agonistes[19] de Milton para rematar con la sospecha de que, para Donne, el episodio protagonizado por Sansón no constituía en sí un problema casuístico sino más bien una suerte de metáfora o simulacro. Arguye que “en el Antiguo Testamento no hay héroe que no haya sido promovido a esa autoridad (la de ser emblema de Cristo)”, e invoca, para sustentar tal afirmación, los testimonios de San Pablo y San Agustín, redondeando a su vez esta tríada literaria con… una cita de Quevedo[20].

Es aquí donde Borges, el scholar, cede la palestra a Borges el literato. Recalca que Donne, utilizando una sintaxis prodigiosa y echando mano de un intelecto admirable, es capaz de formular el suicidio del Cristo no como una muerte voluntaria sino como una ‘emisión del alma’.

En el pasaje aludido por Borges, se lee:

Y por tanto, como él mismo dijo, «nadie puede arrebatarme mi alma» y «tengo poder para entregarla». De modo que sin dudarlo, nadie se la arrebató, y no fue más que su propia voluntad la causa de que muriera en aquella ocasión, habiéndose colgado vivos muchos mártires de cruces durante muchos días; y los ladrones estaban vivos, y por eso Pilatos se asombró de oír que Cristo había muerto. Su alma, dice san Agustín, sólo abandonó el cuerpo que la constreñía «porque quiso, y cuando quiso, y como quiso»; sobre lo cual santo Tomás muestra este síntoma, que la naturaleza de su cuerpo aún poseía pleno vigor, porque en el último momento fue capaz de gritar con poderosa voz; y Marlorate añade a lo dicho que, mientras que nuestras cabezas declinan tras producirse nuestra muerte debido a la flaccidez de tendones y músculos, Cristo primero inclinó la cabeza y luego exhaló el último suspiro. […] Esta emanación activa de su alma, que es la muerte, y que fue su propia acción, y antes de su momento natural (lo que su apóstol más amado imitaría, que también murió cuando quiso y entró en su sepultura, y allí exhaló el último suspiro y se enterró a sí mismo, algo que se cuenta de muy pocos otros, y por ningún autor que merezca crédito), la vemos celebrada de este modo: que es una muerte valiente que se acepta sin obligación alguna, y que es un heroico acto de fortaleza si un hombre, cuando una ocasión urgente se presenta, se expone a una determinada muerte segura, como él hizo; y ahí se dice que Cristo lo hizo como Saúl, a quien le pareció inmundo y deshonroso morir por mano de un enemigo; y que Apolonia y otros que evitaron la furia de los verdugos y se arrojaron ellos mismos al fuego lo hicieron para imitar este acto de nuestro Salvador, de entregar su alma antes de ser forzado a ello. [21]

La maestría de Donne le permite dejar anotado, prefigurado para los futuros y posibles lectores, un mero esbozo del argumento que sólo aquellos capaces de leer entre líneas serán capaces de advertir, formular y quizás, refutar o rechazar.

Donne insinúa el argumento, Bahrdt lo formula, Kant lo denigra, De Quincey lo hace llegar ‘al gran público’ y Borges, iniciado en los misterios y en las escrituras -ambas, las sagradas y las profanas-, fue el llamado a grabarlo con fuego en el papel inconsútil de la memoria colectiva:

El declarado fin del Biathanatos es paliar el suicidio; el fundamental, indicar que Cristo se suicidó.

Borges remite nuevamente al volumen de De Quincey, esta vez al ensayo On suicide que aparece en la página 398. Se trata de un ensayo breve que, según indica el editor del volumen, “apareció originalmente en el London Magazine en noviembre de 1823”, y se consideró pertinente agregarlo en el mismo volumen “both on account of its ethical character and also because it connects itself specially with a passage in the preceding paper of Casuistry”.[22]

En este ensayo, De Quincey se permite advertir al lector de Donne que una verdadera definición de suicidio sólo puede ser leída entre líneas, no sin antes arremeter contra Bahrdt pero negándose a nombrarlo y sin registrar tampoco el nombre de su libro, haciendo notar que su obra ya ha sido leída y condenada por Kant:

Many authors had charged the martyrs of the Christian Church with suicide, on the principle that, if I put myself in the way of a mad bull, knowing that he will kill me, I am as much chargeable with an act of self-destruction as if I fling myself into a river. Several casuists had extended this principle even to the case of Jesus Christ ; one instance of which, in a modern author, the reader may see noticed and condemned by Kant, in his Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft ; and another of much earlier date (as far back as the 13th century, I think) in a commoner bookVoltaire's notes on the little treatise of Beccaria Dei delitti e delle pene. These statements tended to one of two results : either they unsanctified the characters of those who founded and nursed the Christian Church ; or they sanctified suicide. By way of meeting them, Donne wrote his book : and, as the whole argument of this opponents turned upon a false definition of suicide (not explicitly stated, but assumed), he endeavoured to reconstitute the notion of what is essential to create an act of suicide.

Para De Quincey, el autor moderno, ese barón prusiano o sajón y su obra, ambos, no merecen la delicadeza de ser nombrados. Borges tampoco les concedió ese derecho. ¿Por qué razón Borges, tan escrupuloso y exacto en la cita de un volumen bien leído y analizado, pasó por alto esta referencia, tan evidente e inmediata?

Kant es mencionado por su nombre 6 veces en la edición de las Obras Completas 1923-1972, de Emecé Editores. Utiliza el adjetivo ‘kantianas’ solo una vez. Pero no se permitió hurgar en la referencia que De Quincey agregó sobre el libro de Kant o, en todo caso, no se permitió registrar el fruto de su indagación. Hasta donde alcanzo a vislumbrar, esto puede tener una doble causa: íntima e intelectual la primera, pública y literaria la segunda.

La nota al pie número 32 del libro de Kant concluye con términos que a Borges no debieron resultar aceptables e incluso, que pudieran parecer una claudicación pública y velada, del filósofo alemán:

— Pero tampoco que (como sospecha el fragmentista de Wolfenbüttel) haya arriesgado su vida en una mira no moral, sino política, e ilícita, para derribar el gobierno de los sacerdotes y alzarse en su lugar con el poder supremo mundano; pues a ello se opone la exhortación que dirige a sus discípulos en la cena, después de que ya había abandonado la esperanza de conservar su vida, de hacerlo en memoria suya; lo cual, si hubiese debido ser el recuerdo de una mira mundana fallida, habría sido una exhortación ofensiva, que provocaría enojo contra su autor y por lo tanto se contradiría (sic) a sí misma. Sin embargo, este recuerdo podía concernir al fracaso de una mira puramente moral muy buena del Maestro, a saber: la de llevar a efecto aun durante su vida, mediante la ruina de la fe ceremonial, que desplazaba toda intención moral, y de la autoridad de los sacerdotes de ella, una revolución pública (en la Religión) (a lo cual podían estar orientadas sus disposiciones para reunir por Pascua a sus discípulos dispersos por el país), mira de la que desde luego aún ahora se puede lamentar que no haya tenido éxito, pero que no fue frustrada, sino que después de su muerte se convirtió en una mutación religiosa que se extendió en silencio, pero entre muchos padecimientos.[23]

“Die aber doch nicht vereitelt”.[24] Esta frase, dicha por un literato, por Donne, por De Quincey, puede resultar un artificio retórico, más a tono con una opinión meramente personal que como una defensa racional. Dicha por Kant, El Filósofo, adquiere otro matiz y tal, que es capaz de anular no solo el argumento, sino el libro mismo de Donne -de la misma forma que, para De Quincey, anula el volumen despreciable y atroz de Bahrdt-.

La segunda, se debe a una exigencia que debió parecer insuperable y a la vez motivo de oprobio para el escritor argentino. De Quincey formula esa exigencia en una frase clara, afilada cual escalpelo, que puede leerse en la página 338:

Why suicide is not noticed in the New Testament is a problem yet open to the profound investigator.

Afirmar ante De Quincey, que se tiene el derecho de autonombrarse 'profound investigator' equivale a pretender enmendarle la plana a Borges: tal es el requerimiento que el escritor bonaerense hace al ‘hipotético y literato’ lector de su ensayo.

Y Borges lo supo –al igual que Dante supo que al escribir la Comedia estaba labrándose un lugar entre los poetas clásicos[25], a quienes consideraba mayores y dignos de admiración-, y se valió de un largo circunloquio para dejar en claro que él podía acercarse a De Quincey, exaltar a De Quincey, admirar a Donne y explicar a Donne, sólo con la convicción de ser no menos 'scholar' que ambos.

Los aparentes yerros en este ensayo son la vindicación exacta de los ensayos de De Quincey y la obra de Donne, y también la continuada elaboración de un argumento que bien pudo ser escrito por ambos autores y que, por alguna jugarreta no menos digna de un cuento de Borges, no llegaron a formular por sí mismos, sino que les fue arrebatado, brutal y miserablemente, por un barón europeo.

Borges, el scholar, el teólogo, el literato, entró a saco en las páginas de ambos autores y rescató esa argucia intelectual que estuvo a punto de perecer bajo la pluma fulminante del mismo Kant.

A tanto llegó -y se atrevió- su vocación literaria.

 

 

Francisco Arriaga.

México, Frontera Norte.

Julio 2011, abril 2018 y junio 2020.



[1] De Quevedo habría que resignarse a decir que es el literato de los literatos. Para gustar de Quevedo hay que ser (en acto o en potencia) un hombre de letras; inversamente, nadie que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo. Jorge Luis Borges. "Obras Completas 1923-1972". 'Otras inquisiciones (1952)', Quevedo, p. 660. Emecé Editores. Buenos Aires, Argentina. 1974.

[2] Ibid., El "Biathanatos", pp. 700-702.

[3] “Más de 170 veces nombra Borges a Dios con mayúscula y 37 con minúscula en la edición de sus Obras completas; en Inquisiciones otras 15; en El tamaño de mi esperanza, 16; en El idioma de los argentinos, edición M. Gleizer, 19 ocasiones; en su Autobiographical Essay, 5; en La rosa profunda, 7; en La moneda de hierro, 11 y 46 veces en Prólogos. En las 22 entrevistas consultadas habla en 19 de ellas.

Este término, Dios, puede ser investigado bajo el punto de vista filosófico, por la mera razón natural, que es lo que la teodicea estudia, y desde el ángulo de la fe o revelación, que es propio de la teología. En otras palabras Borges cree en Dios por la revelación solamente, o por las pruebas de la razón natural.” Oswaldo E. Romero. "Dios en la Obra de Jorge L. Borges: Su Teología y su Teodicea". Revista Iberoamericana, Vol. XLIII, Núm. 100-101, Julio-Diciembre 1977, p. 466.

 

 

[4] David Masson [Ed.]. "The Collected Writings of Thomas De Quincey", Vol. VIII, Speculative and Theological Essays. ‘Casuistry’. Part I, V. Suicide, p. 336. A. & C. Black, Soho Square, London. 1897.

[5] El párrafo tiene una extensión relativamente inusitada: abarca la mitad de la página 335, la página 336 -descontando el espacio cedido a la nota mencionada supra- y la primera mitad de la página 337.

[6] Este barón es el alemán Karl Friedrich Bahrdt y la obra blasfema, System der Moraltheologie, publicada en 1780.

[7] “(32) No que (como imaginó de modo novelesco D. Bahrdt) buscase la muerte para promover una mira buena mediante un ejemplo brillante que despertase la atención; esto hubiera sido un suicidio. Pues se puede ciertamente osar algo con riesgo de perder la propia vida, o incluso sufrir la muerte de manos de otro, si no se puede evitar, sin hacerse infiel a un deber impostergable, pero no disponer de sí y de la propia vida como medio, cualquiera que sea el fin para el que ello se haga, y así ser autor de la propia muerte.” Immanuel Kant, "La religión dentro de los límites de la mera razón", p. 217. Traducción, prólogo y notas de Felipe Martínez Marzoa. Colección El Libro de Bolsillo. Alianza Editorial. Madrid. 1981.

[8] Véase, como ejemplo, el monumental trabajo realizado por la Société des Bollandistes y las Acta Sanctorum.

[9] Compárese el pasaje que muestra la liberación de Pedro por la aparición de un ángel, narrada en Hechos 12, 1-11 con el episodio relatado en Hechos 16, 25-40. En este, Pablo y Silas, al estar cerca de la media noche y haciendo oración, son liberados de sus cadenas -y con ellos, los demás presos- por un terremoto que incluso abre las puertas de la celda.

Pedro no duda en acompañar al mensajero del Señor, dejándose guiar y pasando entre los guardias hasta encontrarse en la calle para después constatar que aquello no había sido ni un sueño ni una visión. Pablo, en cambio, ni siquiera hace el intento de salir de su celda. El pasaje, narrado con todas las convenciones que puede tener cualquier texto literario actual, va develando poco a poco la razón última de esta decisión, que pareciera deberse al temple y valor del apóstol.

Al final del capítulo, se advierte claramente que al escarnio sufrido por haber sido azotado públicamente y echado en la mazmorra como un criminal ‘judío’ él requiere un desagravio como ciudadano romano, delante de todo el pueblo. A Pedro le favoreció un enviado celestial y aprovecha la oportunidad sin pensarlo demasiado. A Pablo, favorecido por un fenómeno terrestre, le resultaba más urgente ser reivindicado ante la turba como un ‘hombre inocente’ y reconocido como ciudadano romano, con todos los derechos que esto conllevaba.

[10] Tal es el argumento archiconocido de la novela ‘Qvo vadis’ del escritor polaco ‎Henryk Sienkiewicz, cuyo pasaje central narra la huida de Pedro y su encuentro con un Cristo que se dirige a Roma para ser crucificado, y se basa a su vez en un texto apócrifo, los llamados ‘Hechos de Vercelli’ [Acts of Peter, III The Vercelli Acts, XXXV, p. 333.] antologados por James Montague Rhodes en ‘The Apocryphal New Testament’ y publicados en 1926 por la Oxford University Press.

[11] De Quincey, alabando a Donne y considerándolo a good scholar, juega con la extensión del término biathanatos, explicitando en la nota que se refiere al suicida más que al mero acto de ‘cometer suicidio’. Esta aclaración valida a su vez el uso del término como capaz de contener y abarcar ambas acepciones: apelando al escolar manifiesta que “Donne called his Essay by the Greek name Biathanatos, meaning violent death”, y valida su otra acepción al invocar a Lampridio para quien “(This word) means, not the act of suicide, but a suicidal person”. Loc. cit.

[12] Sería hasta 1889 cuando Henry Dessau publicaría en el volumen 24 del Hermes - Zeitschrift für Classische Philologie su artículo Über Zeit und Persönlichkeït der Scriptores historiae Augustae, en el que aduciría las razones para negar la existencia histórica de Lampridio y los otros cinco escritores ficticios a quienes se atribuyó largamente la composición de tal obra.

[13] John Donne, “Biathanatos”, Primera parte, ‘Del derecho y la naturaleza’, Apartado II, Sección 3, pp. 63-66. Traducción de Antonio Rivero Taravillo, Editorial El Cobre, 2007.

[14] Ambos ejemplos se encuentran en la página 59.

[15]To experience conversion, Donne had discovered, was one thing : to enlarge it into a satisfactory life policy in a darkly hostile world and one perfectly callous towards its unfortunate creditors, was another. At times he felt an utter impotence, and laying aside the notes he was making for what was to prove perhaps his finest tract, the Pseudo-Martyr, he turned his casuistical gifts to the defence of a more personal theme, that of suicide. It was said later of Biathanatos that ‘certainly there was a false thread in it, but it was not easily found,’ and possibly this ingenious piece of very superficial and special pleading owed it persuasive subtlety to the fact that Donne had seriously pondered the question as an intimate possibility, and composed his tract as an apology for conjectural event.” Hugh l’Anson Fausset. “John Donne; a study in discord”, Part Two: The Penitent, §4, p. 147. Russell & Russell, New York, 1967, reissued on the 1924 edition.

[16] Ait: Moriatur anima mea cum Philisthiim : concussisque fortiter columnis, cecidit domus super omnes principes, et ceteram multitudinem, quæ ibi erat : multoque plures interfecit moriens, quam ante vivus occiderat. Biblia Sacra Latina ex Biblia Sacra Vulgatæ Editionis Sixti V et Clementis VIII. Liber Judicum, hebraice Sophetim, Cap. XVI, 30, p. 181. The Attic Press, Inc. Greenwood, S. C. 1977. [Nótese, en el texto latino, la construcción de la frase ‘Moriatur anima mea cum Philisthiim’ (Que muera mi alma con los Filisteos), y la traducción simplificada que utiliza Borges (Muera yo con los filisteos)].

[17] Borges cita de memoria. El capítulo que atañe a Sansón es el XXI. El texto latino establece que: …nec Samson aliter excusatur, quod se ipsum cum hostibus ruina domus oppressit nisi quia Spiritus latenter hoc iusserat, qui per illum miracula faciebat — his igitur exceptis, quos vel lex iusta generaliter vel ipse fons iustitiae Deus specialiter occidi iubet, quisquis hominem vel se ipsum vel quemlibet occiderit, homicidii crimine innectitur. Aurelius Augustinus. De civitate Dei, Lib. I, Caput XXI, in fine. p. 36. Sancti Aurelii Augustini episcopi De civitate Dei libri XXII/recogn. Bernardus Dombart et Alfonsus Kalb. Vol. 1. Lib. I-XII - Ed. stereotypa ed. 5. Bibliotheca scriptorum Graecorum et Romanorum Teubneriana. 1981.

La frase “como la espada que dirige sus filos por disposición del que la usa” pudiera ser una interpolación de algún comentarista del obispo de Hipona o quizás un añadido involuntario del mismo Borges; el texto latino no ofrece aproximación alguna a la sintaxis ni al sentido de la frase en cuanto tal. Compárese con la temprana traducción al castellano realizada por Roys y Roças: Ni por otra caufa fe efcufa Sanfon, en auerfe muerto a fi juntamente con fus enemigos cõ la ruyna de la cafa, fino porque fecretamente fe lo auia mandado el efpiritu, que hazia cofas milagrofas por fu medio. Excepto pues eftos, a quienes manda matar, ô la ley vifta generalmente, ô efpecialmente la mifma fuente de la jufticia Dios nueftro, qualquiera que matare a hombre, ora fea a fi mifmo, ô a qual fe quiera, incurre en el crimen de homicidio. LA CIVDAD DE DIOS del glorioso Doctor de la Iglefia S. Aguftin, Obifpo Hiponenfe en veynte y dos libros. Tradvzidos de latín en romance por Antonio de Roys y Roças, natural de la villa de Vergara. Madrid. 1614.

[18] » En la Sagrada Escritura hay muchos ejemplos de violencias y actos externos pecaminosos: como Sanson, que por violencia del demonio se mató juntamente con los Filisteos, se casó con una alienígena, y pecó con Dálila, meretriz: cosas todas prohibidas, y que hubieran sido pecados. Como Judith, que mintió á Holofernes. Como Eliseo, que maldijo á los niños. Como Elias, que abrasó á los dos capitanes con las tropas del rey Acab. Marcelino Menéndez Pelayo. Historia de los Heterodoxos Españoles, Tomo II, Libro V, Capítulo VIII. - Proceso y condenación de Molinos. - Idem, de los principales quietistas italianos. - Bula de Inocencio XV, p. 575. Librería Católica de San José. Madrid. 1881.

[19] Chor.    O dearly-bought revenge, yet glorious !

Living or dying thou haft fulfill'd

The work for which thou waft foretold

To Ifrael, and now ly'ft victorious

Among thy flain felf-kill'd

Not willingly, but tangl'd in the fold

Of dire neceffity, whofe law in death conjoin'd

Thee with thy flaughter'd foes in number more

Then all thy life had flain before.

Samfon Agoniftes, vv. 661-669. En: John Milton. Paradise Regain’d. A poem in IV books. To which is added Samson Agonistes., p. 96. London. MDCLXXI.

[20] Prodigioso diseño fué Job de Cristo : mostraré la diferencia. Respecto de Cristo, fué Job un dibujo hecho con carbon,  y Cristo la pintura admirable que da sér con hermosísimos colores á lo que confusas y revueltas, ni sé si diré mejor que  prometieron , ó amargaron los borrones de las llagas , heridas  y aflicción de Job á las del Hijo de Dios ; va lo que diré sin  salir del dibujo á lo que se borda después en él ; aquéllas fueron picaduras de alfiler, y éstas, clavos, martillos y lanzadas ;  aquéllas en un papel ; éstas en la tela riquísima de su soberana  humanidad. "Providencia de Dios - Obra póstuma de Don Francisco de Quevedo y Villegas", Tratado Tercero. La constancia y paciencia del santo Job en sus pérdidas, enfermedades y perscuciones, pp. 227-228. Barcelona. 1882.

[21] El Biathanatos, ed. cit., pp. 196-197.

[22] Loc. cit.

[23] Ibid., loc. cit.

[24] Lit.: pero no lo frustra.

[25]Llegan a un noble castillo, a un nobile castello. Está ceñido por siete murallas que pueden ser las siete artes liberales del trivium y del quadrivium o las siete virtudes; no importa. Posiblemente, Dante sintió que la cifra era mágica. Bastaba con esa cifra que tendría, sin duda, muchas justificaciones. Se habla asimismo de un arroyo que desaparece y de un fresco prado, que también desaparece. Cuando se acercan, lo que ven es esmalte. Ven, no el pasto, que es una cosa viva, sino una cosa muerta. Avanzan hacia ellos cuatro sombras, que son las sombras de los grandes poetas de la Antigüedad. Ahí está Homero, espada en mano; ahí esta [sic] Ovidio, está Lucano, está Horacio. Virgilio le dice que salude a Homero, a quien Dante tanto reverenció y nunca leyó. Y le dice: Onorate l’altissimo poeta. Homero avanza, espada en mano, y admite a Dante como el sexto en su compañía. Dante, que no ha escrito todavía la Comedia, porque la está escribiendo en ese momento, se sabe capaz de escribirla.” Jorge Luis Borges. Siete noches. ‘Dos: La Pesadilla’. FCE, 1980, p. 49.

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Cuento. El hombre que murió el diez de agosto de 1845.

El hombre que murió el diez de agosto de 1845. Cuando escuchó la sentencia suspiró aliviado, como si su cuerpo se hubiese diluido a partir del cuello, desapareciendo los brazos, las piernas, el torso. Se sintió libre, seguro ya de cuál sería su destino a partir de ese momento y que podría pagar, en justicia, por los crímenes cometidos, sustrayéndose de indirectas, sospechas, acusaciones y calumnias. La ejecución se pactó entre jurado y juez; no estaban los tiempos para perder municiones y tampoco para dejar la impronta de la sangre y el plomo en el fondo de algún patio; querían evitar, en caso de alguna posible invasión, dar argumentos al enemigo que hiciesen dudar de la propia misericordia y benevolencia con los condenados a muerte. La horca, se decidió unánimemente. Y la sentencia se cumpliría al día siguiente, exactamente a las diez de la mañana, contadas a partir de la primera campanada del reloj de la iglesia parroquial —que se decía, mantenía la hora sincronizada con la marcada e...