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Cuento. Un libro.

Un libro.

 

 

A Ana M. Gutiérrez, Adán Balcázar y Jesús H. Olague.

 

 

"El primer estante del librero principal no está vacío", le dijeron antes de entregarle la llave.

El bibliotecario entró en el recinto y miró diecisiete libreros altos, con cinco estantes cada uno, todos llenos, con la única excepción del primero. Allí estaba contenida toda la literatura nacional de los últimos cincuenta años, representados por obras y autores reconocidos.

Detuvo la vista en el estante más alto de aquel librero, y no vio un solo volumen.

Pensó que era una broma del bibliotecario anterior, y se dispuso a realizar sus labores. El cargo computaba un máximo de veinticinco años de servicio y, con treinta años recién cumplidos, sabía que pasaría allí la mayor parte de su vida adulta y si el destino le era propicio, sin mayores sobresaltos.

Preparó un café y se dirigió al escritorio que se le asignó.

En un abrir y cerrar de ojos, cambiaron la computadora, la lámpara, el teléfono, se añadieron al recinto algunas cámaras de circuito cerrado y se retiraron los cables de red para ser sustituidos por repetidores inalámbricos, las sillas, mesas y lámparas mudaron de estilo y materiales dos o tres veces y así, un día antes de firmar la baja, habiendo cumplido ya sus veinticinco años de servicio, recibió un correo desde la Dirección General de Bibliotecas Públicas de la Nación, donde se le felicitaba con palabras tan neutras que en ningún momento hacían dudar de su calidad de machote oficial y trámite administrativo, rematando con algunas instrucciones “de carácter práctico” para dar por finiquitada su relación laboral.

La penúltima indicación exigía la firma en el reverso, como requisito de entrega y resguardo, de la 'Antología Nacional de Microficciones', que se encontraba en el primer estante del primer librero y, como última instrucción, hacer saber al bibliotecario que le sucedería, al entregar su puesto y finalizar su servicio, la importancia del volumen contenido en aquel estante. No tenía idea que existiese dicha antología; durante su servicio jamás recibió una sola petición de préstamo ni tampoco una nueva edición y ni siquiera una reimpresión.

La curiosidad pudo más que la prudencia, y arrastró su silla hasta ese librero. Al subir en ella debió sujetarse del segundo estante para contrarrestar el vértigo de aquella acción temeraria, al tiempo que escuchaba unos pequeños "crac-crac" que brotaron de sus rodillas.

Palpó, comenzando desde la izquierda, el estante y, al llegar a la parte central percibió una superficie lisa, aterciopelada. Intuyó que aquello era polvo. Cuando lo dispersó abanicándolo hacia los lados, distinguió una única hoja de papel tamaño legal, con cincuenta microficciones, la última, escrita el año anterior a su alta como bibliotecario.

"Antología de Microficción de la Nación" era el título e, inmediatamente después, miró, escrita con mayúsculas, la palabra 'Índice'.

"Ingenioso", dijo en voz alta para sí mismo, y leyó las obras. El contenido era el índice, el índice era el contenido, el libro constaba de una sola hoja y una sola hoja era todo el libro.

Al darle vuelta, encontró el espacio donde debía firmar, indicando la fecha de entrega y resguardo.

12 de agosto de 2058; la suya era la tercera firma del documento.

Bajó con una sonrisa radiante, que bien valía aquellos veinticinco años de servicio.

La mañana siguiente, después del convivio y la brevísima ceremonia donde recibió una botella de bourbon, un reloj con chapa de oro y una réplica del escudo de la biblioteca repujado en hoja de aluminio, entregó las llaves al nuevo bibliotecario.

"El primer estante del librero principal no está vacío", le dijo, sabiendo que, con suerte, su sucesor podría corroborarlo veinticinco años después.

 

Francisco Arriaga.

México, Frontera Norte.

22 de julio de 2025.


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