Signo, símbolo, ideograma: sobre un verso tránsfuga de Octavio Paz.
Poco queda por decir sobre la obra y finalmente, el legado de Octavio Paz, que no haya sido abordado siquiera de manera tangencial por algún ensayo académico, estudio literario y también, alguna ‘Historia de la Literatura’ de carácter escolar. Entre la marea de publicaciones que tienen la obra de Paz como su eje y asunto, es poco probable que pueda agregarse un comentario inédito o ‘nuevo’ y menos probable aún, que pueda abordársele con un punto de vista totalmente diferente que coloque en primer plano alguna vertiente inexplorada de tal corpus: hijo de su tiempo, hizo malabares con sus cargos políticos, su obra poética y ensayística, sus dramas personales y sus escaramuzas políticas e intelectuales.
A pesar de ello, aventuro un comentario mínimo sobre un verso específico que puede encontrarse en la obra que lo catapultó al ámbito internacional: ‘Piedra de sol’.
Es conocida la construcción cíclica del texto, así como su estructura demarcada por puntuales y exactos endecasílabos y ese primer delimitante que, emulando numéricamente el número de días que conforman el ciclo sinódico de Venus y que traslada al poema, le confiere una forma cíclica.
Esta barrera o este molde, servirá para echar a volar la imaginación poética y materializar un poema que es también una cosmovisión y una forma del universo, así como un manifiesto y una declaración de principios.
Buscando llegar al fondo de lo que signifique ser ‘mexicano’ o ‘mesoamericano’, Octavio Paz finalmente se topó con la infranqueable herencia que recibimos en forma de lenguaje, con todos los signos y símbolos que le acompañan.
Por más que intentemos pensarnos o sabernos configurados por el lenguaje, ante el idioma que nos impuso el conquistador arquetípico, nuestra sangre, nuestra conciencia se rebela y llega incluso a rechazar tal herencia, para mirar y suspirar por esas raíces prehispánicas que se entrelazan, cimentando nuestra identidad, fraguando nuestra psique y actualizando (¿trascendiendo?) nuestra conciencia.
Así, el teórico, el artífice del lenguaje se vale de un verso que, no obstante su carga hispana, es una lectura netamente americana o más: netamente indígena, de una cifra, un lugar y un (otro) mundo.
Dicho verso se compone de una palabra, específicamente un topónimo, y una cifra.
“Madrid, 1937”.
La cifra no tiene aquí un carácter jeroglífico. Su intención es la de ser leída sílaba por sílaba y por ese acto mismo de la lectura dentro del verso, constituir un hemistiquio cuya función es la de equilibrar la métrica, que en ese verso está a punto de naufragar por ese topónimo agudo, contundente.
‘Ma-dríd, míl-no-ve-cién-tos-trein-tay-sié-te’.
“1937” es utilizado aquí como ideograma, adhiriéndose al uso de la escritura mexica que utilizaba los diferentes símbolos, añadiéndolos unos a otros, para conseguir construcciones lingüísticas mucho más complejas, tal como lo establece Patrick Johannson en ‘Voces distantes de los aztecas’.
En este punto, es menester resaltar el uso de la cifra numérica como hemistiquio y legitimación del verso.
Pasar del símbolo al signo, del numeral a la fecha y de la fecha a la referencia y al hecho histórico, son pasos que están pensados para que el lector enterado identifique un lugar y un tiempo determinado que se extiende y alcanza, con la palabra y el verso en tanto figura y forma, el texto mismo del poema. Y para que esto sea posible, la cifra ha de leerse en español.
Si se traslada el numeral a cualquier otro idioma, inglés, alemán, francés, el carácter mismo de la cifra en cuanto ideograma no puede prosperar, quedando relegada a un papel mínimo y raquítico de fecha que adquiere su valor por el topónimo: ‘Madrid’.
‘1937’ bien puede significar nada en otro ámbito, en otra línea histórica. Incluso, en el contexto mesoamericano pudiera ser que esa cifra resulte ajena, indiferente. En esto radica su grandeza: lo que hace el poeta en ese verso trasciende al poema mismo, a la historia y al lenguaje.
Al aunar un numeral que funciona como ideograma rebosante de profundas raíces prehispánicas y del concepto y la cosmovisión mesoamericana consigue, -echando mano a una lengua que fue impuesta y que consigue arrancar de las manos del conquistador-, instalarse a su vez en esa otra lengua y obrando una simbiosis a nivel concepto donde el elemento poético pasa de la materia y la forma -el verso- al significado y significante -el ideograma- en tanto cosmovisión y periodicidad cíclica -el poema-.
Como he mencionado al principio de este apunte, en la marea de estudios que versan sobre la obra de Octavio Paz, es posible que alguien haya notado y subrayado este verso, esta maravilla poética.
No sería de extrañar: al igual que los astros en su giro sempiterno hasta que se consume el tiempo de tiempos, los hombres en tanto seres pensantes nos repetimos incesantemente, por más que cambien las formas, las lenguas, la escritura.
Francisco Arriaga.
México, Frontera Norte.
16-22 de octubre de 2024.
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