Día 5 – “El lenguaje es el medio por el cual el hombre se hace presente en el mundo”, nos dijo Núñez en alguna de sus clases de filosofía.
De esto, hace ya 31 o quizás 32 años.
También, por esas fechas, fue que escuché por vez primera los conciertos de Paganini.
Una cinta con la interpretación de Shmuel Ashkenasi, que sigue siendo mi favorita, aunque después haya encontrado otras versiones monstruosas y memorables, como la de Salvatore Accardo.
¿Cómo es posible que la versión de Accardo se tome 22 minutos mientras que Ashkenasi hace lo propio con casi 19 minutos, para el primer movimiento?
La interpretación, la visión personal del intérprete y del conductor, tal como debió ser otra la interpretación y versión que hiciese el mismo Paganini de su composición.
Las palabras, el discurso, adolecen las mismas características y comparten muchos aspectos que configuran y establecen la idea, aquello que se desea transmitir.
Y cuando se busca descender de la mera idea al terreno de lo tangible, se verá que esa forma de hacerse presente en el mundo varía de un momento a otro e incluso, de un estado de ánimo a otro.
Resulta curioso cómo es que esto último no ha merecido la atención debida: se habla en función de aquello que pueden suscitar los textos haciendo tal o cual lectura de los mismos, pero poco o nada se habla de cómo el estado de ánimo puede -y en efecto, cambia- la manera de leer los mismos textos.
Y si esto acontece en el nivel más básico de la lectura, qué puede esperarse del discurso, la diatriba, la perorata hecha y pensada para decirse en alta voz y frente a un público determinado, aunque este conste de un solo oyente.
El lenguaje, como tal, puede modificar nuestra manera de plantarnos en el mundo y el mundo a su vez, ofrece distintas lecturas y apreciaciones de una palabra, frase, o vocablo: tal relación simbiótica forma parte de nuestro “ser humanos”.
5/VIII/2023.
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