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Poema. Ellas, las que...

 

 

ellas, las que...

  

a esmeralda gallardo,

presente

 

 

brillan los faros, luces bicolores,

y calla la ciudad, avergonzada

de su propia desnudez mientras ellas

abren los brazos en cruz, desafiando

el olvido, la frágil podredumbre

de la nota efímera y anónima

que fue almacenada en un oscuro

y protocolariamente policial

archivero

 

cerrados los puños, brazos abiertos,

no cesan, no callan, van sin descanso

calle por calle, buscando, mirando,

escudriñando todos los rincones;

buscan hijas, hijos, con la esperanza

de no encontrarlos, no así, los quieren

vivos, ojos risueños, voz de fiesta,

manos suaves que amoldan horizontes,

sueños jóvenes, viejas esperanzas

que ya eran nuestras en el prohibido

edén

 

saben que unos y otros trabajan

en el mismo bando: sus hijos, hijas,

también lo supieron trágicamente,

se los llevaron y nada valieron

súplicas, gritos, ni los fuertes llantos,

de poco sirvieron los reportajes,

llamadas, entrevistas, citatorios,

oyen todos, pero ninguno escucha,

miran todos, pero nadie vio nada,

no vieron los coches, trocas, los yonkes,

tampoco miraban el reloj cuando,

-brotando de la nada como un cáncer-

se llevaron anhelos, vida, sueños,

risas

 

una noche que es todas las noches,

la niña, el niño, no regresaron,

lo supieron piedras, árboles, campos,

ellas preguntaron, voz en un hilo,

¿los vieron, saben dónde están mis hijos,

mis hijas, nuestras hijas, nuestro cielo,

saben a dónde, qué rumbo tomaron?

unos y otros sonríen, se burlan

y las dejan, que sigan preguntando,

total, nada pasa, nada encontrarán,

y mañana, si no cesan, entonces,

impune, bastará el anonimato,

cinco, seis tiros, listo, a esperar

que baje la rabia, mengüe la ira,

olvide el noticiero, y la calle

recobre sus murmullos resignados,

lavando banquetas, paredes, pisos;

las grietas y la memoria por igual

se resanan

 

ella, la que busca, ellas, que gritan

que lloran y que tropiezan mil veces,

sin miedo, miran de frente la bala,

el gatillo, aquellos ojos fríos,

amenazas fatalmente cumplidas,

y reciben lo que unos y otros

en viles, negros acuerdos, pactaron,

ella, la que grita, ellas, que lloran,

saben que uno solo es el camino;

sin descanso, olvidaron las noches

de plácido sueño bajo la luna

engarzada con brillantes estrellas

ajenas al dolor crudo, hiriente,

que despedaza familias, colonias,

pueblos

 

abre los brazos y besa sin miedo

el suelo mientras otras, madres, hijas,

abuelas, hermanas, esposas, novias,

buscan al niño, la niña, perdidos,

arrancados de los brazos, llevados

por las fauces de una bestia sin rostro,

sin nombre; mil ojos que todo lo ven,

oídos amorfos, todo lo escuchan,

espían, persiguen, ubican, matan,

prestos deciden quién vive, quién muere,

cuándo y de dónde será la próxima,

si pagarán en pesos o en dólares,

qué harán con ella cuando ella no importe,

qué harán con él cuando él ya no sirva,

amos del mundo, los unos, los otros,

se miran cómplices, se saben socios,

intocables

 

ellas, son ellas, las que buscan, lloran,

lijándose los ojos con los diarios,

montes cavando con dientes y manos,

oliendo, mirando, jirones, ropas,

que huelen por igual a hierro y carne,

ellas, son ellas, las nunca vencidas,

quienes devuelven el mundo a su rumbo,

a sus cabales la ciega justicia,

a los sueños el color que cubrieron

con velo mortuorio unos y otros,

los mismos, y no rehúyen la lucha;

ellas, son ellas, dispuestas a regar

con lágrimas y sangre los jardines

marchitos y secos donde no juegan

los hijos, las hijas, que se perdieron

sin saber que, acechando, la voraz

corrupción del crimen los llevaría,

bajo un sol que brillaba indiferente,

bajo una luna cómplice, amarga,

fría

 

ellos, los unos, los otros, los mismos,

temen aquellas voces desgarradas,

y necesitan, les urge asegurar

que todas comprendan el escarmiento,

que vean claramente qué pasará

si persisten, insistiendo en su loca

búsqueda de verdades y justicias,

ellos, los unos, los otros, los mismos,

pagaron y pretenden que la verdad

y la justicia, ambas, permanezcan

en un rincón, amordazadas, quietas,

feas caricaturas famélicas,

vendidas vilmente al mejor postor;

ellos, los unos, los otros, bien saben

el quién, el cómo, el cuándo, el dónde;

alguien contabiliza los registros

de este infierno

   

ellas, brazos abiertos, gritan, piden,

carteles en mano -y en el corazón

a navaja, la memoria marcada,

de unos ojos, unos labios, la cara,

el pelo, estatura, color de piel-,

y cuando llega la hora, sin miedo,

besan el suelo con labios y frente,

aferrándose a la tierra inclemente

donde resuenan cercanos los pasos

de hijas e hijos arrebatados,

sin descanso buscados, recordados,

llorados y, ojalá, algún día,

encontradas, encontrados por ellas,

las que...

 

 

 

francisco arriaga

méxico, frontera norte

5-7 de octubre de 2022

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