guadalajarita
a simitrio quezada,
lector y escribiente
trampa mortal
bajo el cielo
frío y certero
que abriga con
escharcha y aguanieve
las faldas
de un cerro que
mira
virreinalmente
displicente
desde cuarenta y
cinco ángulos diferentes
la caída
prometida
en esas losas
barnizadas con el
rocío
cristalizado y
persistente:
así eran los días
sin sol y sin
luna,
apenas susurros
luminosos
de una ventana
sempiternamente cerrada
y una puerta
verde
que prometía
de tarde en tarde
una calle con libros,
un rincón al
fondo del callejón
con un plato de
sopa caliente,
un paseo entre
árboles llorosos
y zaguanes
resguardados por el olvido
aquellas losas
exactas cual
navaja de rasurar
en manos de
inexperto barbero
permitían saber
el temple
de los incautos
que se lanzaban
a subir aquella
veintena de metros
sin asirse a las
paredes,
a las rejas
empotradas en la pared,
lanzándose como
equilibrista
entre las torres
gemelas
sobre su cable de acero
de regreso
dos vueltas y
media
gira la llave
al abrir, el
aire,
buscando una
salida,
entraba a
borbotones
en la nariz,
inundando la garganta:
estamos en casa,
por fin estamos
en casa
y ella te mira,
ojos negros,
toalla que
resguarda
la cabellera
negra,
allí, ajena al
frío,
a la madrugada y
al escozor
que subía por la
faringe
-bastaba
entonces
un mendrugo de
pan,
una onza de
jugo de naranja
para hacerlo
desaparecer-
allí, en un duelo
de miradas
tasaba
en una fracción
de segundo
la jornada,
los ánimos,
la fatiga
y la furia llena
de sombras
que rascaba las
retinas,
estrujándolas
sobre las hojas
de libros cuyos
autores
eran más cercanos
que nuestros
propios pensamientos
ella,
inmutable,
sostiene la
mirada
y es aquella
derrota,
apartando la
mirada,
sabiendo que el
hombre
se debe también
al vaso y al plato,
al botón y la
aguja,
al tanque de gas
y las tuberías
estropeadas
con el sarro
vetusto
de vetustas
edades,
un saludo de bienvenida
ella,
triunfante,
esboza una
sonrisa
y esa sonrisa
vale
una madrugada
fría
salpimentada con
el ayuno de dos días,
el cansancio de
un semestre
ingrato cual
sombra
de hierático
eucalipto
esa sonrisa vale
una biblioteca
y la cantera toda
de la ciudad
con sus templos
fuentes y
monumentos
quizás
cuando el sueño
de sueños
esté a punto de
cerrar
su ciclo
pitagórico,
-antes de
renunciar a lo que somos
y entrever lo
que no seremos-
quizás,
antes de esbozar
una última palabra,
antes de que el
ojo se torne
grosera esfera
sin brillo,
cuando el último
pensamiento
intente alcanzar
los otros pensamientos
de nuestros padres,
abuelos,
de nuestros
muertos
entonces,
quizás entonces,
nos será dado
regresar y besar
la losa,
agradecidos por
la piel
embarrada en el
mortero,
por los pies
temblorosos
bajo débiles
tobillos
patinando
inexpertos
en la barroca escalinata
rehecha una y mil veces
aquella escalera
también reclamaba
su tributo
para ceder el
paso
tales eran
las rutas
bordeadas por
altos
callejones de
cantera,
resguardadas por
plazuelas
y avenidas
embriagadas
de motores y
cláxones,
para encontrarse
tarde con tarde
con aquellos ojos
que eran los ejes
del universo,
la negación del
presente
y la
justificación
del escritor
el papel
y la tinta
francisco arriaga
méxico, frontera norte
19 de
abril-23 de noviembre de 2020
FA - Guadalajarita by Francisco Arriaga on Scribd
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